Entre los siglos XVI y XIX, más de 10 millones de seres humanos fueron arrancados de las costas de África Occidental para ser llevados como esclavos al Nuevo Continente, un hecho de crueldad extrema que junto a la Conquista y el saqueo de América permitió a las potencias europeas extraer la riqueza de sus colonias de ultramar.
Aunque el Río de la Plata no recibió la misma magnitud de esclavos que el sur de los Estados Unidos, el Caribe o Brasil, desde la colonia hasta la segunda mitad del siglo XIX -inclusive-, los negros fueron un sector de la población claramente identificable y su forzada servidumbre constituyó un elemento más de la dinámica social y económica del territorio. Su protagonismo también se hizo evidente en las guerras de la Independencia y en las guerras civiles, uno de los múltiples factores -junto a la asimilación con el inmigrante- que contribuye a explicar su gradual y aparente “desaparición” en nuestro país.
La posterior invisibilización de una historia negra en Argentina se trasladó por extensión a nuestra ciudad, haciendo que la presencia de esclavos en el pasado de Gualeguaychú parezca inexistente. Sin embargo, nada podría estar más lejos de la realidad. En diálogo con Ahora ElDía, la museóloga Natalia Derudi habló de los registros que echan luz sobre esta historia y compartió la iniciativa de la que forma parte para recuperarla con el aporte de herramientas para reflexionar sobre nuestra identidad colectiva.
Reconstruyendo el pasado esclavista
En noviembre de 2014, a raíz de una propuesta de la secretaría de Derechos Humanos de la Nación, el Museo Casa de Haedo se declaró Sitio de Memoria Afro, debido a que allí hubo presencia de esclavos negros. “Hasta ese momento no tenía ninguna información. Un descendiente de la familia Haedo nos acercó documentación y encontramos registros de la compra y venta de esclavos”, contó Derudi, e indicó que el vínculo de la actual Casa Museo con este oscuro pasado es incluso anterior a su construcción, ordenada en 1808 por José Borrajo. “Hay una carta de 1803 donde José Borrajo ya está involucrado en la compra de un esclavo”, dijo, y mencionó otra de octubre de 1804 que señala: “He vendido a Don José Borrajo dos negritas llamadas Murciana y Franca”. “No sabemos si las compraba y las vendía, si las ubicaba en el campo, o eran para el trabajo en el hogar”, agregó la museóloga.
El aporte de este tipo de archivos realizado por descendientes de las familias, sumado al valioso material reseñado en Cuadernos de Gualeguaychú, más el acceso a diarios antiguos -algunos en el Instituto Magnasco-, permitieron comenzar a conformar el Centro Documental Gualeguaychú. Con esta información, Derudi y su equipo han podido rastrear -y continúan rastreando- desde las primeras hasta las últimas menciones de los negros en la ciudad. Una de las más antiguas tiene lugar en el emplazamiento de Los Antepasados y es por demás significativa: “El primer casamiento que se registra en los libros de la Iglesia, antes de que Don Tomás de Rocamora funde la ciudad, se realizó en 1766 ‘entre Francisco Solano Martínez, indio del Paraguay, y María Josefa de los Santos, negra natural de Angola, esclava de don Juan de los Santos’”, indicó la museóloga.
Derudi aclaró que hay algunos datos que -a la fecha- no han podido comprobar en su totalidad por falta de acceso a sus fuentes originales. Tal es el caso de un ejemplar del antiguo diario local “El Censor”, el cual -según los apuntes de un historiador de Gualeguaychú- el 20 de abril de 1880 publicaba: “Reina africana falleció a los 95 años de tisis pulmonar. Africana, viuda. Una de las dos únicas reinas de naciones africanas que hay en esta ciudad. A pesar de su edad se mantenía en su trabajo”. Señala que su nombre era Joaquina García, por lo que se deduce que sería esclava de García de Zúñiga, ya que era costumbre que los amos trasladasen uno de sus apellidos a sus esclavos.
Según indica Pablo Stein, autor del libro «Esclavos y esclavistas de Entre Ríos», Mateo García de Zúñiga, propietario de «Los Campos Floridos», en cercanías de la ciudad, heredó e incrementó sus tierras hasta tener bajo su control unas 250 mil hectáreas y 200 esclavos para 1851. Ya en 1970, Elsa Beatriz Bachini, abogada dedicada a desentrañar la historia local, se refería a este dato en una de sus conferencias y marcaba el alcance de la esclavitud en la ciudad señalando que “en el Archivo del Registro de la Propiedad de Gualeguaychú existe un sinnúmero de documentos interesantísimos relativos al comercio de esclavos”.
Estos registros, luego mencionados por Nati Sarrot en Cuadernos de Gualeguaychú, cuentan, por ejemplo, la historia de Joaquina, de 36 años, vendida en subasta en 1835 a Victorio Doello por 138 pesos. Dado que el valor de los esclavos -por lo general muy elevado- dependía de su condición física, estos eran examinados por un médico; en este caso, el doctor José Perín indica en su expediente que no se puede exigir a Joaquina “más que un trabajo liviano y no asiduo” por su estado de salud. Otro ejemplo que Sarrot también rescató en su momento indica: “Con fecha 8 de agosto de 1851, obra en el Libro del Registro de la Propiedad Inmueble de Gualeguaychú, la escritura de venta de Santiago Bullo a Manuel Gianello, de una morena llamada Petrona”. Se trataba de una joven de por entonces 28 años quien, a pesar de tener padre blanco, heredó la esclavitud por vía materna. Nacida en Uruguay, su infortunio la llevó a Gualeguaychú.
Dos años más tarde (y con el antecedente de la “libertad de vientre” declarada por la Asamblea de 1813) la esclavitud fue abolida como tal -al menos en la legislación- con la Constitución de 1853, pero la condición de los libertos y sus descendientes no mejoró demasiado. En muchos casos, continuaron en carácter de sirvientes y “criados” de las familias acomodadas; otros siguieron realizando las tareas pesadas del campo y la ciudad como peones y obreros. Por fuera de estos lugares y márgenes que les asignaba la sociedad trataron de subsistir como pudieron.
El aluvión inmigratorio europeo, que se estima triplicó la población existente en Argentina, supuso una transformación demográfica en la que negros y mulatos fueron absorbidos en el “crisol de razas” que nos constituye. Sin embargo, el aspiracional europeizante de las élites nacionales -entre otras cosas- caló hondo en la construcción de una imagen blanca de la Argentina, que se tradujo posteriormente en un relato común según el cual “los argentinos venimos de los barcos”, borrando el hecho de que algunos lo hicieron primero de las bodegas de los barcos de esclavos. Dependerá del trabajo de investigadores y de la sociedad en su conjunto avanzar hacia nuevas miradas que expliquen nuestro pasado común y permitan conocer nuestros orígenes en toda su diversidad.
“Gualeguaychú Esclava”
En noviembre de este año se realizará una intervención temática en la Casa de Haedo como parte de la muestra “Gualeguaychú Esclava”, la cual será el resultado de un proyecto de investigación y museográfico que vienen preparando Natalia Derudi y un equipo de personas desde hace mucho tiempo. “Oficialmente empezamos en el 2022, pero hemos tomado los antecedentes de todo el trabajo previo realizado. Queremos poner en valor la Casa de Haedo como Sitio de Memoria Afro y visibilizar este trabajo, integrando y vinculando a la comunidad de Gualeguaychú”, explicó. Para esto último, señaló que “la idea de aquí a noviembre es trabajar con la comunidad educativa”, y que el producto final de estas prácticas “forme parte de la muestra”.
“No nos quedamos únicamente en los datos históricos, sino que queremos llegar a un trabajo más social y volcarlo también a la comunidad educativa. Vamos a trabajar desde la reflexión, la investigación, pretendemos generar estos cuestionamientos: ‘¿quiénes fueron esos esclavos?’ y ‘¿quiénes somos?’, porque forman parte de nuestra identidad y nuestra historia”, expresó. Y agregó: “La Casa de Haedo va a ser como el epicentro donde se va a desarrollar y todas aquellas personas que tengan aportes, que quieran acercar material, ya sea un relato de familia o una inquietud, los invitamos a que se acerquen; aquí tenemos acceso a los censos, a registros cívicos. Conformar esta investigación y hacerlos parte, para mí es vital porque creo que los museos son espacios para la reflexión”.
Fuente: Matías Daniel Venditti (Ahora ElDía)